A diferencia del resto del país, la población de Bali practica mayoritariamente el hinduismo. La cultura en Bali, es imprescindible para la identidad de sus habitantes y se manifiesta constantemente en su forma de vida única. Son gentes cordiales y abiertas a nuevas ideas, pero que conservan sus tradiciones religiosas, sociales y culturales. Por ejemplo, los balineses siguen el calendario Saka, donde el mes tiene 35 días y un otonan 210 días y dos otonan conforman un año. Los únicos días realmente festivos son Galungan, Kuningan y Nyepi. Este calendario rige las numerosas celebraciones religiosas y tiene días señalados hari baik ("buenos días") para realizar ciertas cosas más o menos importantes, como construir una casa o cortarse el pelo.
Difícil, muy difícil . . . decir que es lo mejor de Bali. Sin duda uno de los lugares más enriquecedores del mundo.
CAMINO DE KINTAMANI Y EL VOLCÁN BATUR
Nos dirigimos hacia el norte, atravesando hermosos paisajes e increíbles arrozales escalonados.Llegamos al templo hinduista de Tirta Empul ("Arroyo cristalino"), donde nace el río Pakrisan y lugar de culto para purificar el cuerpo y la mente, utilizado ya desde el siglo X.Caminando entre árboles y plantas espectaculares, llegamos a unos patios con estanques rectangulares labrados en piedra, recubierta por musgo, que son alimentados a través de caños por donde brota la agua sagrada que los devotos utilizan en sus coloridos rituales, sumergiéndose en ellas pues creen que esas aguas tienen poderes mágicos y curativos.
El recinto es un remanso de paz, sola perturbada por el sonido del agua sagrada que fluye de sus doce fuentes. Los visitantes son bienvenidos a purificarse, pero deben observar un código de vestimenta y no se permite la entrada a las mujeres que tengan la menstruación.
Proseguimos el camino y nos desplazamos hasta el pintoresco pueblo montañoso de Kintamani a 1.400 m de altura, donde obtenemos una vista fantástica del volcán Batur (1.717 m) y su lago.
Autor: Madbrons |
Sobre las laderas del Monte Agung, al nordeste de Bali, se encuentra el templo hinduista más grande, importante y antiguo de la isla, construido entre los siglos XIV al XVII. El Monte Agung (3.140 m) es el volcán más alto y más sagrado de los volcanes de Bali. En 1962 tuvo una terrible erupción que mató a más de 1.700 personas, pero milagrosamente los flujos de lava se detuvieron y el templo de Besakih quedó a salvo.
Besakih es un enorme complejo hinduista, situado a 1000 m de altitud, con decenas de templos, pabellones, estatuas, patios y santuarios dedicados a diferentes divinidades, repartidos en la ladera del volcán y ocupando una vasta extensión de terreno.
Es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y los balineses lo consideran "el Templo Madre", pues creen que cuando los dioses descienden a la tierra, es aquí donde se alojan. El lugar es muy hermoso con pagodas de seis alturas, tejadillos de paja, escalinatas con diferentes esculturas, el colorido de las ofrendas de palma y pétalos de flores, cintas y campanillas que mueven el viento, etc. Consta de 22 templos que ascienden a lo largo de un eje conectado con terrazas escalonadas y escaleras. El templo principal, Pura Penataran Agung se sienta en el extremo más alto del eje.
Durante el año se celebran numerosas y espléndidas ceremonias en las que los balineses realizan una peregrinación sagrada para rendir homenaje y ofrendas a sus tres grandes divinidades: Brahma, Vishnu y Shiva.
TANAH LOT, EL TEMPLO DEL MAR
A 20 km al suroeste de la capital, Denpasar, se encuentra una enorme roca negruzca, que la marea alta llega a rodear por completo. Se trata del Templo de Tanah Lot (“Tierra en el Mar”), el edificio religioso más importante dedicado al mar.
Autor: Jos Dielis |
En Ubud asistimos a la representación de la tradicional Danza Barong. En un recinto al aire libre, los músicos se colocan con sus instrumentos típicos a un lado y en el centro se representa la leyenda del Ramayana, la eterna lucha entre el bien y el mal.
El Barong es una extraña criatura mitológica, mitad león mitad dragón, impulsada por dos hombres que le dan vida, que representa el Bien y lucha contra Rangda (la bruja) que representa el Mal.
El Barong y Rangda luchan utilizando sus poderes mágicos, mientras la música del gamelan acompaña la representación de la danza. La pelea no se acaba de decantar y el Barong llama a sus seguidores. Aparecen los danzadores kris y se lanzan al ataque de Rangda, pero ésta los somete a un estado de trance, ya que el mal no puede ser destruido, así que los kris muy furiosos por su derrota, intentan suicidarse. Finalmente, aparece el Barong con un sacerdote (Permangku) que echa agua sagrada sobre los kris para poner fin a su trance.
Todo un ritual de alta elaboración estética y de gran sentido escénico para presentarnos con una teatralidad simbólica a lo largo de 7 actos, el principio del equilibrio permanente entre las fuerzas opuestas: el bien y el mal.
LA CREMACIÓN O NGABEN
Durante nuestra estancia en Bali, el azar quiso que tuviéramos la oportunidad de asistir a una de las ceremonias más espectaculares de su cultura, la cremación o Ngaben. Un rito de purificación que libera el alma de su casa temporal, el cuerpo y le permite seguir el ciclo de reencarnarse de nuevo en un ser vivo.
The wheel of life. Autor: Stephen Shephard |
La preparación de la ceremonia dura días, primero se construye el sarcófago a partir de un tronco de árbol y la torre funeraria (Bale), con sus tejadillos a modo de pagoda, decorándose con pan de oro, espejos, etc. Ambos elementos se sujetan a una plataforma de troncos de bambú entrelazados, todo ello de acuerdo con la casta del fallecido. Así pues, a los Brahmanes (sacerdotes) varones, se les incinera en un toro mientras que a las mujeres en una vaca, a los Guerreros, Reyes y Príncipes (Kshatriya) en un león alado. Y a la casta de los campesinos (Sudras), mayoritaria, se les quema en una extraña combinación de elefante y pez.
El azar ha hecho que podamos contemplar la cremación de un brahmán y por tanto la ceremonia será muy vistosa y completa. La altura de la torre funeraria con sus 9 tejadillos indica la relevancia social del difunto. El máximo es de 11 y corresponde a la realeza.
La vida diaria de la aldea se paraliza totalmente, la gente colabora en los preparativos gastronómicos del festejo y más tarde se engalana para presentar sus ofrendas. Lentamente se va formando la orquesta (Gamelan) que amenizará la fiesta con su música. Estuvimos esperando como dos horas con las actividades preliminares a la ceremonia del Ngaben.
Nos llama la atención un gran retrato fotográfico del difunto, que un familiar va mostrando con alegría a toda la multitud, incluso se para ante nuestra mirada. Con la música iniciada, se produce un desfile continuado de personas con ofrendas minuciosamente decoradas de gran colorido e incluso pinchos morunos y cerdos asados.
Por fin, por la misma puerta aparece el féretro portado por numerosas personas y es subido hasta la parte central de la torre funeraria, sujetándolo con trozos de tela para permitir su transporte seguro hasta el lugar de cremación.
También se sube a la misma plataforma el sacerdote que parece dirigir la ceremonia dando instrucciones.
La música del Gamelán arranca ahora con ritmos más machacones, señalando que se va a dar inicio a la procesión. Los porteadores levantan las plataformas de bambú, tanto la del toro que va delante como la torre funeraria, como si se trataran de un paso en semana santa y empieza un alegre jolgorio con gritos frenéticos. Seguimos el camino durante unos quince minutos que nos conducen al lugar de cremación. Este recorrido lo efectuamos muy impresionados, pues los porteadores y la multitud no deja de gritar y tanto el toro como la torre describen un movimiento serpenteante y nunca recto con objeto de evitar que el alma del difunto regrese a casa, pues ello traería desgracia a la familia.
Llegados al lugar de cremación, en medio de una vegetación exuberante, el féretro debe dar tres vueltas al toro antes de ser colocado en su interior. Después, el ataúd se elevaba a pulso hasta la altura del toro cuyo lomo se abre para introducir el cuerpo. La familia entregaba entonces todas las ofrendas que había recibido el difunto que se colocaban también en el interior de los toros. Finalmente, el toro y la torre se convierten en pira y se les prende fuego.
Hasta 1903 existía una tradición que llevaba a inmolarse a las viudas junto a sus maridos para arder y desaparecer juntos. Una muerte, por tanto, traía otra muerte. Las llamas, el calor, el humo irrespirable, la música de percusión . . . envolvían una atmósfera que tiende a hipnotizar a la mayoría de la gente que lo contempla. Nosotros quedamos conmovidos de ese ritual funerario que acaba con un fuego que todo lo consume y permite la separación definitiva del alma del cuerpo, para que de esta manera pueda iniciar el viaje de nuevo hacia su libertad.